Una tarde, cerca del
Mediterráneo. Leve brisa, suave y fresca. Unos diecinueve grados, esa
temperatura idónea, sol decadente, luz filtrada por la atmósfera laminar. El
campo de trigo (o digamos, cereales, hum), empezando a amarillear. Perfume de
arbustos, de árboles. Huele a natural y a verde, a amarillo, a violeta. Más
allá, unos pinos, mucho más allá, las montañas que nos enmarcan la puesta de
sol, ola de piedra de novecientos metros. Con la brisa, rumores de gente, un
murmullo de tráfico lejano. Se oyen pájaros, muchos vencejos, o golondrinas,
que patrullan el cielo, pasan rasantes sobre la espuma de las olas de trigo.
Allá, el azul, el mar, algún puntito blanco, línea nítida de azul marino contra
azul aéreo, curvatura, el planeta. Todo es ahora dorado, hasta el tiempo, que
se impregna de la luz y parece rozar con algo, se va parando y llega la calma.
Un instante en que el mundo, este mundo pequeño, cristaliza en sosiego, y todo
está bien. Casi oigo girar la Tierra, como un crujir tranquilo, detrás de los susurros de los pájaros y la
brisa. Eso parece empujar al sol que ya choca con las montañas, el dorado se
desvanece, llega el gris, el azul desborda el mar, todo es gris y azul. Sí, por
unos instantes, todo encaja, todo está en paz.
Bonita poesia!
ResponderEliminarMientras lees todo encaja, reflejando muy bien la sensación que viviste.
Saluti
A veces el mundo parece una poesía- pocas.
ResponderEliminarGrazie Stefano
Dulce y encantador. El combinado Nieto, tierno iniciando y esceptico cientifico, mola.
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