viernes, 2 de diciembre de 2011

Relatividad de unos cien kilómetros

La distancia, o el espacio, es relativa, como el tiempo. Mucho antes de que Einstein publicara su famoso artículo (hace precisamente cien años) la gente lo percibía, basándose en su experiencia personal. Por ejemplo, digamos cien kilómetros. ¿Es ésta una distancia larga o corta? La respuesta obvia es: pues depende. No es nada si uno está midiendo un continente, es mucho si te estás quedando sin agua en el desierto. Es mucho si tienes que andar, no es nada si conduces un vehículo. Incluso si tienes que andar, es mucho si has de recorrer esa distancia en un día o dos. Pero no era gran cosa para nuestros antepasados que solían viajar a pie, en viajes que duraban meses, y estaban mentalmente preparados para recorrer cientos de kilómetros, sin preocuparse por el tiempo que tardarían.

Incluso suponiendo que uno viaja a la velocidad y vehículo que quiera, el significado de cien kilómetros no es el mismo dependiendo de la dirección en que vayas. Y no sólo porque si el destino es deseado o no, correcto o incorrecto, la distancia ya nos parecerá diferente subjetivamente. Probemos algo más objetivo, tratándose de nuestro planeta Tierra: la geografía. Yo vivo en Cambrils; si viajo cien kilómetros hacia el noreste me encontraré en Barcelona, otra ciudad en la costa mediterránea, con muchos turistas, la misma cultura y ambiente que aquí, un sitio donde voy a menudo. Mi entorno no habrá cambiado gran cosa por lo que estos cien kilómetros me parecerán casi irrelevantes. Pero digamos que recorro esos cien kilómetros en perpendicular, hacia el noroeste. Me encontraré en un terreno abrupto del pre-Pirineo, una zona áspera y poco poblada. Es algo diferente a mi experiencia habitual, un sitio ajeno, pero bueno, he estado alguna vez allí y bastante gente también. Estos cien kilómetros no son los mismos que los de dirección Barcelona, pero tampoco me saca demasiado de mi burbuja de confort.

Pero supongamos ahora que viajamos cien kilómetros hacia el sur-este. ¿Dónde nos encontramos? En el medio del mar Mediterráneo, con dos kilómetros de agua debajo de nosotros. En un lugar a la misma distancia de mi casa que Barcelona, pero vaya sitio diferente. Sin luces, ni cemento, ni gente. Agua y atmósfera, un lugar salvaje donde la única presencia humana está en los barcos que vienen y pasan, apresurados por llegar a su destino. Desde el punto de vista de la gente, es un lugar que ha de cruzarse lo antes posible, una molestia que está en medio de la ruta entre punto A y punto B. Un punto azul, sin interés, en los mapas. Pero desde el punto de vista del planeta, como esfera que es, ese punto es tan importante como Barcelona, Tokio o el Polo Norte. Es parte de él, con su vida, sus días y noches, y existe igual me importe a mí o no, y yo nunca pienso en él (excepto para escribir este artículo).

Pensamos que somos seres tridimensionales, ¿no? Esa es nuestra experiencia normal. Pero, pensemos con cuidado. Vemos tres dimensiones a nuestra pequeña escala humana, en la que manejamos objetos y conceptos de nuestro mismo tamaño u orden de magnitud. Pero si nos ponemos en el contexto de seres sobre el planeta, es diferente. Nos movemos sobre la superficie de una esfera, y a la escala de la esfera somos bi-dimensionales. Incluso si has escalado el Mont Blanc, o has volado en un avión a diez kilómetros de altura, ¿qué es eso comparado con los 12.000 kilómetros de diámetro que tiene la Tierra? Es despreciable, todavía te estás moviendo sobre la superficie bidimensional de la tierra. Es por ello que cuando pensamos en viajar cien kilómetros en todas direcciones, raramente pensamos en hacerlo hacia arriba (excepto si eres un astronauta) o hacia abajo. Imaginemos que el próximo fin de semana, en vez de conducir cien kilómetros hacia Barcelona, lo hacemos en dirección al centro de la Tierra.

Cien kilómetros hacia abajo nos situaría en un lugar donde ningún humano, ninguna criatura viviente ha estado y seguramente nunca estará. Es apenas un pasito en dirección al centro de la Tierra, pero es diez veces más de lo más que poquísimas personas y seres vivos han alcanzado, y eso en circunstancias muy extremas. Esa máxima profundidad es la fosa de las Marianas en el Pacífico, a 11 kilómetros bajo el nivel del mar. No digamos la máxima profundidad alcanzada por tierra, que es de poco más de un kilómetro en las más profundas minas en Sudáfrica. Ambos lugares son muy hostiles a los humanos; pues bien, imaginemos ir diez veces más profundo que la fosa de la Marianas. Habríamos atravesado ya la sólida corteza terrestre y estaríamos en un sitio de rocas fundidas, a una presión y temperatura inimaginables, un lugar donde los continentes se hunden y se disuelven en lava para ser recirculados por las corrientes de convección que llegan del lejano núcleo del planeta para formar, algún día, nuevo suelo oceánico y nueva corteza. Estoy aquí y ahora sentado, a la misma distancia de la hermosa Barcelona que de ese sitio, y es igual de real. Y usted también lo tiene debajo.

Ir cien kilómetros hacia arriba es posible. Un buen puñado de personas lo han hecho, incluso un par de ellos (o tres) pagando por ello, pero sólo en los últimos cuarenta años. Como todos sabemos, o deberíamos, ir ahí arriba no es cosa de nada, es algo todavía muy excepcional y peligroso. Cien kilómetros hacia arriba, desde donde usted y yo estamos, es el espacio exterior, lejos de la atmósfera, la gravedad y las agradables temperaturas de aquí abajo. Allí estaríamos lejos del campo magnético terrestre que nos protege de la tormenta de radiación que sopla permanentemente ahí fuera. Las cosas vivas no están preparadas para estar allí. Lo podemos hacer, a un alto coste (tanto termodinámico como financiero) por un corto tiempo, y luego quizá volver felices de que aún estamos vivos.  Cien kilómetros de aquí, hacia arriba, el Universo se abre, el espacio ha comenzado.

Imagínese usted en el centro de una burbuja de cien kilómetros de radio. ¡Qué increíble variedad de lugares a la misma familiar distancia de nosotros! Al menos con la mente, podemos viajar tri-dimensionalmente a todos ellos y darnos cuenta de que en efecto, la distancia es relativa.

Jesús Nieto



2 comentarios:

  1. Hola de nuevo,
    me gusta este concepto de los cien kilómetros, justamente hace unos días se lo comentava a otro compañero de afición como tema para una charla en el cole donde van nuestros hijos.
    A cien km o una simple hora de coche está Barcelona o LLeida o el ultimo pueblo de Catalunya, La Senia. Haciendo uso de esa gran fantasia que tendria un niño, podriamos decir que a una hora de coche por encima nuestro tenemos el espacio, ese lugar que, sín pensar, la gente suele relacionar con distancias y destinos casi inalcanzables en realidad está muy y peligrosamente cerca.
    No crees que la nanotecnologia, concretamente los nanotubos nos permitirán construir esa "autopista" vertical de cien km? Yo espero que sí!

    Cari saluti,
    Stefano

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  2. Pues es posible! Recuerdo haber leído que hay proyectos serios de "ascensores espaciales", que sería una especie de cable desde la superficie de la Tierra hasta un satélite en órbita, que haría de espacio-grúa por así decir. Al parecer, es teóricamente posible, la limitación está en la resistencia de materiales del cable... Pero una vez más lo muy pequeño (nano) y lo muy grande (el espacio) se reúnen...
    saludos
    Jesús

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