viernes, 8 de julio de 2016

De auroras y eclipses en Islandia

Hace un año en Marzo fuimos a Islandia a ver auroras boreales. También a ver el país, en invierno, y vaya si lo disfrutamos. Pero eso sería otra historia. Me centro aquí en las luces del norte, las auroras que ya vimos por primera vez en 2013, en la Laponia finlandesa, a -30°C (o menos; -34°C llegamos a medir), y sobre lo cual ya escribí en este blog hace tiempo. En Islandia hace menos frío porque el océano atempera el clima, más aún con la cálida corriente del Golfo, como es el caso. Por eso en la costa islandesa parece que no son habituales heladas anticiclónicas tan extremas como en el interior de la península escandinava. El interior de Islandia, una enorme meseta cubierta de hielo, con los glaciares más grandes de Europa, es otra historia; a ese interior nos asomamos en una excursión y daba bastante respeto, por lo extremo del clima y el aislamiento absoluto… Gracias a nuestro guía Imanol que pudimos entrar (y sobre todo salir) de allí…

El caso es que para disfrutar de auroras, tienen que converger varias circunstancias: 1) que esté despejado el cielo, cosa no tan habitual en el sur de Islandia, la zona más lluviosa del país; 2) que haya actividad solar abundante, a ser posible unos días antes para que la noche de observación lleguen partículas solares cargadas abundantes, que son atrapadas por el campo magnético terrestre, aceleradas a lo largo de las líneas de campo hacia los polos magnéticos, y que al entrar en la atmósfera a gran velocidad chocan con las moléculas de oxígeno y nitrógeno, haciendo que pasen a estados de energía superior y que emitan luz al volver al estado de menor energía. Bien, pues el 17 de Marzo de 2015 tuvimos una enorme suerte y ambos factores se cumplieron con creces; hubo una tormenta solar unos días antes y se prevían auroras intensas, como nos confirmaron los componentes de una expedición española que nos encontramos en Geysir, los de Shelios. El Dr Miquel Serra, a quien conocí en el Observatorio del Teide que dirige, en Starmus 2014, nos avisó de que esa noche iba a ser buena. Vaya que sí. A poco de la puesta de sol, cuando todavía el cielo estaba bastante azul, alguien entró en el restaurante donde cenábamos, al pie de la catarata Skògafoss, gritando "¡Auroras!". El restaurante se vació en un minuto y nadie cenó más. Allí estabas las cortinas de luz verde, agitándose y enroscándose, por todo el cielo azul, sobre los picos nevados cercanos al volcán Eyfjallalajökul…


Tras las primeras fotos de urgencia, como la que muestro arriba, fuimos al hotel, donde ya preparamos toda la parafernalia fotográfica. Las auroras, al oscurecer el cielo, se hicieron más evidentes en tamaño y color, e incluso pude percibir a ojo color violeta/rojo en alguna.




 Mi cámara Canon 40D, al estar modificada sin filtro IR, captaba esa parte del espectro con mucha intensidad. Todos los que estábamos allí disparábamos sin pausa. De hecho, tuve que hacer un esfuerzo por parar un rato y simplemente mirar, absorber el espectáculo con los ojos y la mente.



Era una noche excepcional y la sensación era grandiosa: un espectáculo celeste que incluso en estos tiempos de Hollywood y efectos especiales hasta en las charlas de colegio, nos sobrecoge y dan ganas de aplaudir. El cielo incendiado en verde, gris y rojo, danzando sobre los volcanes y picos nevados, reflejándose en el rio, explotando en el cénit y bajando en ondulantes cortinas que crecen, se rompen en columnas verdes, vibran y de nuevo ondulan y desaparecen. En un momento dado, todo el cielo pulsaba en verde, en borbotones de luz, latidos del Sol y la Tierra. Detrás, sorprendentemente visibles, las constelaciones, con Orión rozando el horizonte y a veces, como un bergantín alcanzado por una ráfaga de artillería, parecía arder de aurora e inclinarse para luego hundirse tras la cumbre nevada.





  Dos días después tuvimos ocasión de disfrutar de otro emocionante espectáculo: un eclipse de sol al 99% de ocultación: ese 1% hace mucha diferencia, es cierto, pero el progreso del eclipse, el oscurecimiento del día, los cambios de temperatura, las aves, eran como los de un total.
 Y por lo que sea, estas cosas nos tocan hondo, y lloramos y nos abrazamos después, quizá nos sentimos abrumados por la grandeza del Universo. Por un momento auroras y eclipses nos hacen encontrar nuestro lugar, humilde y privilegiado, como pequeños seres que observan y quieren comprender.

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